Aquello fue como el primer rayo de luz que entra por la ventana en una mañana de abril. Su maravillosa belleza me cegó, como sólo él podía hacerlo, durante unos instantes (aunque como siempre, mis ojos no llegan jamás a acostumbrarse a esas líneas perfectas que lo forman). En esos momentos me debatía entre dos sentimientos no exactamente opuestos: abrumacion por la presencia de aquella gloriosa belleza e insignificancia al compararme con la perfeccion de aquel ser.
De pronto dejaron de importarme los cientos de ojos que se encontraban puestos en mí, juzgandome. Me olvidé de que había "público" en esos momentos, pues casi sin poder darme cuenta él ya estaba allí, junto a mí, recordandome que respirara y dando un calor diferente, inexistente para la ciencia pero, para mí en cambio, abrasaba dentro de mi ser de forma totalmente lujuriosa.